UN DÍA DE PESCA
Con
las últimas estrellas,
antes
que el sol se levante,
dejo
el coche en un desvío,
donde
no estorbe a nadie,
cojo
macuto caña y chistera
y
salgo senda adelante.
Andando
por la vereda
mis
pensamientos y yo,
hablando
con los jarales
y oliendo
la flor del boj.
Allá
al frente, Majaelrrayo,
con
su imponente pico,
nevado
de octubre a mayo
y
mirando al infinito;
a
la derecha el pantano
de
color verde azulado,
maravilla
artificial
es
el embalse del Vado,
prisionero
entre montañas
y entre
riscos camuflado.
A
la izquierda, una montaña
que
se mira en el pantano
da
al paisaje tal belleza
que
no me atrevo a explicarlo.
El
aire que se respira
deleita
con sus olores:
tanto
romero, tomillo y boj
y
tantas jaras con flores.
En
esta mañana de mayo
se
oye un himno celestial:
todos
los pájaros cantan,
ninguno
tiene rival;
en
lo alto las alondras,
en
el río el ruiseñor,
en la
zarza canta el mirlo
¡Dios
mío, cuánto candor!
Extasiado
por completo
por
cuanto me rodea
me
encuentro en mi sendero
con
el arroyo Vereda
que,
como río truchero,
ruge,
salta y se recrea.
Me
siento junto al arroyo,
que
susurra igual que el viento;
entre
riscos y montañas
me
encuentro yo en mi elemento.
Al
lado de una poza
con
cascajar atascada
saco
del macuto mis bártulos
y
me dispongo a pescar:
con
cucharilla dorada,
por
ser de buen resultado
a
esta hora de la mañana,
ya
que el sol no entra en el río,
pues
le asombra la montaña.
Lanzo
junto a la cascada,
voy
recogiendo lentamente y… nada.
Lanzo
hacia el otro lado,
cambiando
siempre de sitio
y
siempre el mismo resultado.
No
pican: a esta hora tan temprana
las
truchas están en el fondo
hasta
que el sol suba la montaña
y
entren en sazón las aguas.
Hay
que esperar,
no
queda otra alternativa:
tomaré
un bocadillo
y
seguiré pescando
lanzando
aguas arriba.
Echo
un trago de la bota
¡y
qué ilusión:
el
sol asoma en la picota,
las
aguas entran en sazón!
Recojo
todo enseguida
y
voy a probar fortuna
un
poco más río arriba,
a
ver si entro en calor,
que
la mañana está fría.
Lanzo
con mucho optimismo
hacia
uno y otro lado
y
también al centro mismo…
¡Aquí
pica la primera!
da
un salto encima del agua,
un
tirón suave y… fuera:
bonita,
un poco más de la marca,
del
color del arco Iris
y
sus pintas coloradas;
Se
presenta bien la mañana,
la
coloco en la chistera
con
unas hierbas de cama.
La
mañana se va calentando,
se
oyen cantar las perdices
y
tórtolas y torcazas arrullando.
Sigo
arroyo arriba lanzando
en
tablas, chorros, pozas y cascadas
y
en todos los sitios van picando:
la
chistera se va llenando
y
yo con nuevas hierbas frescas
entre
capa y capa las voy embalando.
Pongo
una cucharilla plateada
pues
el sol ya está en el río
y
la que tenía puesta
en
unos troncos del fondo
se
me ha quedado enganchada.
De
cuando en cuando pica
alguna
trucha
que
no da la medida:
la
desengancho con gran cuidado
y
la vuelvo al agua enseguida.
Con
la ilusión de la pesca
hasta
de comer me olvido
pero,
eso sí; de vez en cuando
me
tumbo en el césped
para
asomarme a beber
un
trago de agua fresquísima,
tan
pura y clara como el aire
y
como la mañana misma.
…Yo
sólo aquí, en mi mundo:
esta
frescura que se respira
y
la abundancia de pesca…
siento
el placer más profundo
según
se va llenando la cesta.
Debajo
de estas cascadas
y
entre estos acantilados
siento
un bienestar tan grande
que
olvido todo cuidado…
me
siento tan liberado
de
los avatares de la ciudad
que
quedaría aquí de buen grado
por
toda la eternidad.
El
sol ya se va inclinando,
la
chistera ya está llena,
diez
horas llevo pescando,
recogeré
el aparejo
y a
buscar de nuevo la senda.
Y
ahora que estoy en la senda
me
pongo a considerar
que
hasta que llegue al coche
me
quedan aún cuatro horas
y
de muy buen caminar,
aunque
la senda es abrupta
no
queda tiempo a parar.
Al
regreso encuentro un pueblo
pintoresco
y pequeñito,
recortado
en la ladera
y
muy cerquita del pico,
perdido
en estas montañas,
sin
teléfono ni luz
ni
en la iglesia las campanas.
Igual
que al arroyo truchero
le
llaman también Vereda,
porque
más que un pueblo
es
una solitaria aldea.
Dependen
de la ganadería
que,
criada en estos riscos,
es
de poca talla y bravía.
Se
comunican con el mundo
por
un angosto sendero
con
recovecos profundos.
A
la salida del pueblo
encima
de un acantilado
hay
un pequeño recuadro:
el
cementerio del pueblo,
es
este un lugar sagrado.
A
nadie envidio en el mundo,
ni
a los ricos ni a los pobres,
ni
a los que marcan el rumbo:
envidio
a los habitantes de este pueblo
que
este cuadrito sagrado
cuidan
con tanto esmero,
donde
descansarán para siempre
en
estas altas soledades,
Aquí,
cerquita del cielo.
Angel
mayo de 1968
nota: si os apetece este paseo, visitad a FLORES
En Mayo del 68 no llegaba a un año yo, pero para ir a La Vereda sigue habiendo un camino, no hay carretera, el paisaje, supongo que habrá cambiado un tanto pero tampoco mucho porque, ya se sabe, Guadalajara casi no existe nada mas que para unos cuantos raritos que hemos dado en vivir por esas tierras.
ResponderEliminarSaludos y gracias por el enlace